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El material de los sueños

Según revela el propio artista, todo parte de su primera visita al Museo Nacional de Arte Romano de Mérida. Allí, mientras deambulaba por los magníficos espacios diseñados por Rafael Moneo, recordó una serie de grabados con la que Piranesi, en pleno siglo XVIII, había imaginado diversas arquitecturas destinadas a ser cárceles. En dichas obras, a partir de antiguas ruinas, se construyen unos escenarios sorprendentes, arquitecturas distópicas capaces de anticipar en dos siglos mentes fantásticas y retorcidas como la del holandés Escher. Fue con esta asociación como Paco Díaz comenzó a mirar de otra manera las esculturas que los antiguos romanos nos legaron, descubriendo en los pliegues de sus túnicas, togas y mantos un mundo nuevo, un fascinante universo de mármol. Y es esa nueva visión fragmentada de las obras escultóricas la que traslada a la bidimensionalidad de sus pinturas, convirtiendo cada lienzo en un paisaje tan extraño como evocador. Fragmentos marmóreos que se recortan sobre un cielo rotundamente negro, lo que resalta su blancura, eso sí, matizada en cada veta, en cada pliegue, por tonos nacarados, grises, violáceos… Vienen a nuestra mente paisajes de otros mundos, de fantasías recreadas en la gran pantalla por cineastas visionarios o por pintores surrealistas en sus lienzos. Parajes rocosos, duros, serpenteantes, que se acercan más a la poesía de la abstracción que a la concreción de lo figurativo. Y es que, como le gusta recordar al propio artista, la orografía de estas pinturas parece estar creada del material con que se forjan los sueños, como decía el detective encarnado por Bogart en El halcón maltés, recogiendo el testigo de Próspero en La tempestad de Shakespeare. Los mismos sueños en los que podemos extender las manos y sentir la serena frialdad de ese mármol prodigiosamente trasmutado en óleo sobre lienzo.